martes, 30 de agosto de 2011

Fragmento 4 (Cap. II)

Capítulo II. (Continuación)

Almorzaron en el claro, que por lo que se empezaban a dar cuenta era el lugar principal de reuniones y comidas.

Después del desayuno Dyvyan se subió al tronco de la noche anterior e inmediatamente se hizo el silencio en el lugar.

- Veo que todas os habéis acomodado en vuestras habitaciones. Espero que sean de vuestro agrado y que no haya problemas entre vosotras.

Hizo una pausa y tras la afirmación colectiva continuó:

- Respecto a las clases... Como todas sabéis nuestros poderes provienen de la Madre Naturaleza. Ella nos otorga el don de saber utilizar los seis elementos conocidos, a saber, el agua, el aire, el fuego, la tierra, el espíritu y la nada. Cada una de vosotras descubrirá como aprovechar todo lo que ellos nos ofrecen y llegará a estar en perfecta armonía con su entorno. Esto puede parecer difícil en un principio, ya que, aunque la magia está en nosotras, no siempre se puede utilizar en estado puro. A veces, las brujas necesitamos la ayuda de pociones, hechizos, varitas y talismanes para poder sacar esa maravillosa cualidad que tenemos en nuestro interior. Vuestras profesoras y yo estaremos durante estos dos años a vuestro lado, aconsejándoos y apoyándoos siempre que lo necesitéis. Contad con nosotras para lo que sea. Ahora, será mejor que os vayáis a clase.

Lydya, se incorporó con el resto de sus amigas. Estaba deseando empezar a aprender cosas nuevas. La verdad es que su familia siempre había sido buena con las pócimas y esperaba poder estar a la altura de lo que sus antepasadas habían logrado.

Miró a su alrededor y descubrió que todas las jóvenes tenían ese brillo característico en la mirada que indicaba la emoción que estaban conteniendo para sí. En eso, sus ojos se posaron en las gemelas con las que compartía habitación. Se fijo en sus rostros, en los pequeños gestos que tenían y que daban a entender que todo eso les parecía un aburrimiento y una tontería.

Sacudió la cabeza intentando apartar esos pensamientos de su mente. Mâryam llamó su atención con un suave toque en su brazo.

- Tenemos que irnos. - Le señaló dirigiendo su vista hacia una esquina del claro. Allí una bruja de aspecto mayor les indicaba con una mano que se acercaran.

- Vosotras seis tenéis clase conmigo de varitas. - Dijo en cuanto llegaron junto a ella. - Esperad un momento, ¿dónde está el resto de vuestras compañeras de habitación?

- Allí. - Le contestó Anÿa secamente. La profesora se dirigió hacia donde le había dicho la joven y cuando volvió otras tres brujillas la seguían.

- Bien, ahora que ya estamos todas, podemos empezar.

Caminaron a través del bosque hasta llegar a un claro más pequeño, lugar en el que la profesora comenzó su clase.

- Las varitas son un arma muy poderosa. En ella una bruja deposita parte de su poder. Por ese motivo, cada una debe crear una vara que se ajuste a sus necesidades y a sus poderes. Pero ojo, eso no significa que todas vosotras vayáis a utilizarla. Es muy probable que la acabéis destruyendo porque os deis cuenta de que no es vuestro método natural de hacer magia... Pero por el momento no es necesario que os preocupéis por ello. A ver... Cerrad los ojos y concentraros en vuestro interior. Escuchad lo que os dice.

Lydya hizo lo que le decían. Poco a poco aisló su mente de todo lo que la rodeaba, como había hecho en estos últimos años cada vez que el terror la invadía.

El suave olor a hierba recién cortada la invadió. Ese era la fragancia de su madre.

"Hija mía, tus emociones son tu fuerte. Pero no te olvides de que la fuerza no siempre es la solución. A veces, es simplemente la resistencia y la adaptación lo que te hacen prosperar. Piensa en el Roble y el Sauce... ¿Cual de los dos te conviene más?"

Lydya abrió los ojos, tenía lágrimas en ellos que limpió con un suave movimiento de su mano. El recuerdo de las palabras que su madre le había dicho aquella vez que se peleara con una compañera porque ella no la había dejado jugar con sus amigas, ardía en su corazón con la fuerza de una hoguera. Además la alusión a la fábula que le contaba tanto a ella como a su hermana cuando eran pequeñas le hizo comprender que el material para su varita estaba más que decidido.




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